Queremos el pan pero también queremos las rosas

El 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer. Su origen está ligado a la lucha de los movimientos obreros de comienzos del siglo XX. Es un buen momento para recordar una de las historias más emblemáticas y conmovedoras que han tenido lugar en la lucha por los derechos de la mujer y más cercana, si cabe, a las que trabajamos entre hilos y agujas porque las protagonistas fueron, precisamente, trabajadoras de la industria textil: me refiero a la Huelga de Lawrence de 1912, también conocida como la huelga del pan y las rosas.

La lucha de las trabajadoras de Lawrence no surge de la nada. Algunos de los antecedentes fueron la huelga de ocho meses de las trabajadoras del Algodón en Manchester (Inglaterra) en 1853 y la de las costureras de Nueva York que, en 1857, reclamaban reducir la jornada a 10 horas.  En 1909, las trabajadoras de la Compañía de Blusas Triangle organizaron una gran huelga conocida como la “sublevación de las 20.000” por el apoyo que recibieron de las trabajadoras de otras fábricas.  Pocos años después, en 1911, tuvo lugar el terrible incendio en la misma fábrica Triangle en el que un total de 123 mujeres y 23 hombres murieron. La mayoría eran jóvenes inmigrantes que tenían entre 14 y 23 años. Atrapadas detrás de puertas cerradas con llave y fuera del alcance de las escaleras de los bomberos, las jóvenes, en su mayoría inmigrantes, murieron quemadas o, en su desesperado intento por escapar del calor y las llamas, al saltar de las ventanas del noveno piso de la fábrica. Nunca se llegó a esclarecer el origen de este incendio.

La industria textil era una de los sectores con peores condiciones laborales. Contrataba a mujeres y niños para abaratar los costos porque cobraban menos de la mitad de sueldo que un hombre. Esta explotación estaba presente también en las fábricas europeas: jornadas de más de 10 horas, sueldos ridículos que apenas alcanzaban para comer, abusos de capataces y encargados,  viviendas insalubres y ninguna protección social o sanitaria.

El pan y las rosas

Fue una de las huelgas más importantes en la historia de EE.UU. Comenzó como reacción a los recortes salariales que querían imponer en las fábricas textiles de Lawrence, Massachusetts.

Esta huelga, como otras del sector, tiene un mérito añadido: en su mayoría las trabajadoras eran muy jóvenes y de países muy distintos. En las fábricas las distribuían juntando a las que hablaban lenguas diferentes para que no se pudieran comunicar. Los supervisores utilizaban insultos étnicos y raciales y el acoso sexual como medio de control intencional.

En la fábrica de Lawrence trabajaban de nueve a diez horas al día, seis días a la semana, su comida principal siempre era poco más que pan y melaza. El agua potable dentro de las fábricas era escasa, los supervisores hacían su agosto vendiendo agua a los trabajadores. La esperanza de vida para los obreros de la fábrica era 22 años, menor que la de los trabajadores del textil no residentes en Lawrence.

El 12 de enero de 1912 los propietarios de las empresas recortan los salarios de los trabajadores. Para sorpresa de los dueños de las fábricas, 23.000 trabajadores se declararon en huelga. Se organizaron todos los trabajadores, mujeres y hombres, cualificados y no cualificados, todas las razas juntas.

Cuando las condiciones llegaron a ser especialmente difíciles por la escasez de alimentos y de combustible para calefacción y por los ataques de los matones y la milicia del estado, se llegó a enviar a algunos de los niños más vulnerables temporalmente a familias simpatizantes en Nueva York y otras ciudades (ver noticia del periódico). Las dos primeras Brigadas de niños, generaron tanta publicidad y apoyo que en el siguiente éxodo planeado, la policía de Lawrence asaltó a los niños y sus madres en la estación del tren.

Las canciones se convirtieron en un lenguaje común, en un medio para elevar el ánimo y forjar la solidaridad. Para aquellos que no sabían leer, cantar era un instrumento de educación política muy valioso.

La mitad de los trabajadores de la fábrica, unos 14.000, se mantuvo firme durante nueve semanas y media de represión, hambre y frío, y vieron cumplidas sus exigencias. Ganaron un aumento de sueldo, un precio más alto por las horas extras y un sistema más justo para el cálculo del salario. Tras una última y alegre marcha, se volvió al trabajo el 18 de marzo.

Lucía Ramón, en su libro Queremos el pan y las rosas describe ese episodio con las siguientes palabras: “Estas mujeres no solo reclamaban sus derechos como trabajadoras. Con estas palabras expresaban su exigencia de una vida digna y de una justicia que fuera más allá de «la justicia del pan» que garantizaba la mera supervivencia. Demandaban «una  justicia de las rosas» que incluyera también el derecho de toda persona a ser algo más que una bestia de carga, a disponer de lo necesario para desarrollar sus capacidades y su creatividad con el fin de lograr una vida plena. Exigían el derecho a gozar de todas las dimensiones y bellezas de la vida que están más allá de las relaciones de trabajo”.

¿Y ahora qué…?

Estos hechos tuvieron lugar hace más de 100 años pero, hoy en día, la injusticia y el abuso sigue: a partir de los años ochenta, con el empuje de las políticas neoliberales y el libre comercio, se inició una deslocalización masiva de la producción de ropa. Las principales firmas de moda fueron pioneras en la subcontratación de su producción a países empobrecidos con el fin de abaratar los costes laborales. Llevaron el pan, dicen muchos, pero ni una sola rosa.

Hoy en día, en India, un informe del Centre for Research on Multinational Corporations documentaba hace unos años cómo niñas y adolescentes trabajaban sin contrato más de 72 horas a la semana con un salario de 0,88 euros al día. En Camboya, cuyo sector textil supone más del 80% de las exportaciones del país, los sindicatos han denunciado que los trabajadores –muchos de ellos menores- llegan a hacer 80 horas semanales por poco más de cien euros mensuales. Y cómo olvidar  el drama del complejo Rana Plaza, en Bangladesh, que al derrumbarse, en abril de 2013, acabó con la vida de más de 1.130 personas e hirió de diversa consideración a otras 2.500.

La historia de la lucha de la mujer se sigue escribiendo. Este post es mi pequeño homenaje a las mujeres que lucharon, a las que están luchando y a las que lucharán por sus derechos y por su dignidad.

Porque queremos el pan pero también queremos las rosas.

Feliz día Internacional de la Mujer a tod@s.

2 comentarios en «Queremos el pan pero también queremos las rosas»

  1. Muy buena didáctica exposición de los hechos y trayectoria de la historia de la lucha de la mujer, desde principios del pasado.
    También tendríamos que revindicar el grupo de hombres que valoramos a la mujer, compartimos y repartimos tareas con ella y les regalamos rosas. También existimos, aunque en estos tiempos no lo parece

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